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El sesgo del superviviente en la educación

Suele distinguirse el trabajo de una institución o de un formador por el resultado obtenido con un alumno destacado. Ese parámetro de análisis, además de incorrecto, puede ser una señal de alarma.

02 / 02 / 2021

Todo depende del ángulo desde donde se miren las situaciones. El cerebro es perezoso y busca siempre el atajo inmediato. Esos atajos se llaman sesgos y arrastran la mayor parte de los errores al construir conclusiones. El primer análisis que realizaron los aliados para reparar los aviones baleados durante la Segunda guerra mundial permite entender cómo suceden estas equivocaciones tan comunes.  

Los ingenieros aeronáuticos norteamericanos observaron que todos los aviones que regresaban a la base después de un combate habían recibido ataques en la zona central de la estructura. Entonces, concluyeron, había que reforzar esa zona. Así lo hicieron. Y así se equivocaron. El plan de reparación no logró disminuir ni un 1% la cantidad de aviones caídos en combate. Hasta que el matemático Abraham Wald entendió que se estaban sacando conclusiones en base a los aviones que sobrevivían y no a los que eran derribados. La estrategia de reparación tenía que ser diametralmente la contraria: si sobrevivieron los que recibieron ataques en la zona central, hay que reforzar el resto de la estructura. Los que cayeron, evidentemente, fueron impactados en las otras zonas, más débiles. El cambio de criterio logró resultados óptimos.

El trabajo de Wald fue fundacional para la denominada Investigación operativa y un ejemplo perfecto de cómo trabaja el Sesgo del superviviente. Este sesgo se basa en el error, a veces lógico, de analizar solo a las personas u objetos que superaron algún proceso de selección. Quienes no superaron ese proceso quedan invisibilizadas, por lo tanto, se los excluye del análisis. Al ignorarse las fallas, las conclusiones sobre el caso son erróneas, incompletas.

En el escenario educativo es muy común encontrarse con el sesgo del superviviente. Un ejemplo concreto e hipotético: una escuela en la cual estudió el reciente premio Nobel de Medicina. Esa escuela inmediatamente gana prestigio y crece en cantidad de inscriptos e inscriptas. Porque ahí estudió un premio Nobel. Tiene que ser excelente. ¿Y el resto de los chicos y las chicas que pasaron por sus aulas en sus más de 50 años de trayectoria? ¿Es correcto concluir que esa escuela tiene buen nivel por un caso aislado?

Esta situación es todavía más clara al momento de evaluar a un formador o a una formadora. Otro ejemplo concreto e hipotético: el alumno de un profesor de matemática muy exigente logró clasificarse para una olimpiada internacional. Cualquiera pensaría que ese profesor es brillante y sus logros se manifiestan en el desempeño de ese alumno destacado. Este razonamiento no sólo es erróneo, sino que es peligroso. Tal vez los modos exigentes del profesor le sirvieron a ese chico, pero no le sirvieron a los otros cientos de alumnos y alumnas que también pasaron por sus clases. Hasta pudieron haber sido contraproducentes y haber generado que los alumnos perdieran las ganas de ir a la escuela. Lo cual habla de un fracaso del formador.

Entender el sesgo del superviviente implica visibilizar lo que está invisibilizado. Ese procedimiento es central, fundamentalmente en educación, para planificar una pedagogía justa e inclusiva.







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