Los estudiantes de primaria y secundaria, tanto en Argentina como en el resto del mundo, pasan un promedio de cuatro horas al día mirando sus teléfonos celulares. Para qué. La verdad: para nada. Son horas que se evaporan entre videos de bailes, videos graciosos y objetos de consumo que aparecen y desaparecen de forma adictiva. La palabra es correcta: el celular genera adicción. La reconocida psiquiatra Marian Rojas Estapé lo explica de forma contundente. Hasta hace quince años, las drogas entraban por nariz, boca o sangre. Hoy también entran por los ojos.
Además de la adicción, que es química y se mide a partir de la dopamina que se genera el cuerpo con una sucesión de videos elegidos por un algoritmo para que nunca quieras dejar de mirarlos, la discusión actual se detiene en qué miran los chicos y en las consecuencias cognitivas y sociales que produce este hábito.
Hay acá dos variables interesantes. La primera es política: qué miran los chicos. Esta pregunta requiere de una respuesta muy compleja. Tal vez describir la estrategia de Tik Tok en occidente pueda servir. En China, Tik Tok se llama Douyin. China es el dueño de Tik Tok. El algoritmo de Douyin está diseñado para priorizar contenido educativo y culturalmente enriquecedor. Por ejemplo, los usuarios jóvenes chinos reciben videos relacionados con logros científicos, historia, artes, deportes y consejos prácticos para el día a día. Además, en muchas partes del país, hay restricciones para los menores de edad, como un límite de tiempo de uso diario y horarios en los que la aplicación no está disponible.
En occidente, muy por el contrario, el algoritmo prioriza contenido de entretenimiento, como desafíos virales, bailes y tendencias de consumo que buscan capturar la atención inmediata del usuario, sin importar la edad. Esto responde a un modelo que privilegia la retención en la red, lo que deriva en un uso compulsivo y casi nada educativo.
Este contraste refleja cómo las plataformas tecnológicas pueden moldear la experiencia digital según sus intereses comerciales o culturales. Algunos lo ven como una estrategia que favorece el desarrollo de las nuevas generaciones en China, mientras deja a los jóvenes en Occidente atrapados en un ciclo de entretenimiento superficial. Y lo están logrando.
A la segunda variable hay que explicarla desde la erosión de los niveles atencionales y la pérdida de habilidades de socialización. La situación también es muy compleja, pero se puede encontrar la punta del ovillo en el funcionamiento del cerebro. La velocidad de consumo de información es tan acelerada que es imposible encontrar profundidad en ningún tema. El uso adictivo de las redes entrena el cerebro de los jóvenes (y adultos) en la inmediatez. Todo tiene que ser ya, ahora, fácil y placentero.
El mundo real no funciona así. Ni el saber funciona así. Ni las relaciones sociales funcionan así. Ni el cuerpo en su pulso biológico funciona así. Este entrenamiento está intentando reescribir pautas que solo generan cortocircuitos graves a casi todos los niveles de la vida. El resultado: ansiedad, depresión, angustia, frustración y soledad.
Volvamos a la escuela.
Países como Brasil, España, Francia, Noruega, algunos estados de EEUU y Alemania, entre otros, decidieron prohibir los celulares en las escuelas primarias y secundarias para hacerle frente a los efectos negativos de esta tecnología en el entorno escolar. Hace ya un año, la UNESCO en un informe detallado recomendó prohibirlos. En Argentina hay regulaciones vigentes, por ejemplo en Ciudad de Buenos Aires, pero sin llegar al punto de prohibir su uso.
Qué palabra dura prohibir. Pero sí, prohibir. Está comprobado que ninguna clase escolar puede sobreponerse a la adicción química que producen los celulares. Es tan fuerte el efecto que ni los recitales masivos, con su despliegue artístico de estímulos visuales y sonido, logran que el público guarde sus teléfonos.
La segregación de dopamina por consumos digitales está relacionada con una disminución en la capacidad de concentración de los jóvenes. Cada día aparecen nuevos estudios que confirman que el uso prolongado de dispositivos móviles afecta la memoria a corto plazo y la habilidad para mantener la atención en tareas prolongadas.
Esta realidad es de principal preocupación entre docentes y directivos, porque el aprendizaje requiere de un enfoque sostenido que en la mayoría de los casos los estudiantes no logran mantener debido a la distracción constante de los celulares.
El hábito del celular también afecta la capacidad para socializar cara a cara. Las interacciones digitales están reemplazando a las conversaciones reales, lo que puede lastimar las habilidades sociales y la capacidad tan humana de ser empáticos.
En síntesis: ni en el aula ni en los recreos. El celular se prohíbe en las escuelas. Todo muy bonito, pero no es tan fácil. Hay dos miradas posibles.
La prohibición de celulares en las escuelas puede ser vista como una medida necesaria para proteger el ambiente educativo y el bienestar de los estudiantes. Algunas de las razones clave incluyen, como ya dijimos:
- Mejora de los niveles de atención. Favorece el aprendizaje y reduce el multitasking, que suele afectar la retención de información.
- Fomenta la socialización. Fortalece la empatía, la escucha activa y el trabajo en equipo.
- Reduce la ansiedad. Disminuye el estrés asociado con las comparaciones sociales y el miedo a quedarse fuera (FOMO, por sus siglas en inglés).
- Genera ambientes más seguros. En contextos escolares, previene problemas como el ciberacoso o el acceso a contenidos inadecuados durante las clases.
Quienes critican la prohibición argumentan que puede ser una solución simplista para un problema más complejo. Algunos argumentos:
Oportunidades educativas perdidas. Los celulares, bien utilizados, son herramientas para el aprendizaje. Pueden facilitar el acceso a información, la investigación en tiempo real y el uso de aplicaciones educativas que enriquecen las clases.
Falta de preparación para el mundo real. En la vida diaria, los dispositivos móviles son omnipresentes. Prohibirlos en lugar de enseñar su uso responsable podría privar a los jóvenes de las habilidades necesarias para manejarse de manera equilibrada en un mundo digitalizado.
Conexión con las familias. En caso de emergencias o necesidades particulares, los celulares son una forma rápida de comunicación entre los estudiantes y sus familias.
Desafío de implementación. En la práctica, controlar que todos los estudiantes cumplan con la prohibición puede ser complicado, especialmente en instituciones grandes. Esto podría generar conflictos adicionales entre docentes y alumnos.
¿Es la prohibición la solución definitiva o habría que buscar un equilibrio que eduque a los jóvenes en el uso responsable de los dispositivos? Lo que está claro es que fomentar la atención, la socialización y la salud mental debe ser prioridad para las comunidades educativas de Argentina y de todo el mundo.