por Raúl Rodríguez
La otra noche me pasó algo muy llamativo que de alguna manera se transformó en este texto. Miré el libro que tenía en la mesita de luz y antes de tomarlo para seguir con su lectura se me vino a la cabeza si su batería estaba cargada. Al segundo me di cuenta de la estupidez que había pensado. Tengo que confesar que este episodio me resultó preocupante, hasta temí por la salud de mi frágil mente en cuarentena (sigo temiendo). Después me di cuenta que un gran porcentaje de mis alumnos lee novelas en sus teléfonos con archivos .pdf y le encontré una posible explicación a lo ocurrido. No suelo estar cómodo en el terreno de las dicotomías, entonces no pienso generar una entre el olor al papel del libro y la batería a medio cargar del teléfono.
Me resulta interesante pensar el hecho que ya no se lee como hace 20 años atrás. Sin generar un juicio de valor, resulta curioso que algunos, podríamos decir muchos, puedan leer a través de un artefacto electrónico que está constantemente tentándonos con infinidad de posibilidades para que uno deje de leer y se meta a ver el tuit del día de Migue Granados o los interminables vivos que Lisandro Aristimuño nos ofrece en Instagram (recomiendo ambos).
Entonces llega el momento de tomar decisiones y en mi caso me resulta fácil hacerlo. ¿Puedo leer una novela desde un teléfono celular? ¡Claramente no! ¿Acepto que otro lo pueda hacer? ¡Sí, lo acepto! Y es acá donde me parece clave priorizar algunas cuestiones por sobre otras.
En definitiva, lo importante es que ese sentimiento de extrañamiento frente a la posibilidad de que otros (en mi caso serían mis alumnos) lean una novela en PDF desde un teléfono, no llegue a taparme el bosque. Y ahora resulta indispensable otra pregunta más: ¿cuál sería el bosque? Y acá sí que no dudo ni un segundo. El bosque es lo que hacemos con lo que leemos y no importa el medio por dónde lleguemos a esa lectura. No importa cómo corté la leña, importa qué tipo de fuego voy a hacer con ella. Por esta razón, hay que estar atentos si ese fuego se va a apagar con el primer viento o si ese viento va a generar más llamas. Y la lectura se puede relacionar con el fuego. Cuando soplamos desganados podemos pensar en una lectura poco significativa, una actitud pasiva frente al texto. En cambio, cuando soplamos con energía porque estamos en una urgencia (un texto que nos presenta resistencia) nuestra actitud cambia. Nosotros cambiamos. Estamos tomando una postura activa frente al texto.
Nuestro soplido, fuerte o suave, puede convertir la lectura en un posible mundo de relaciones o simplemente en un medio para aprobar el examen de turno. Porque como bien dice Eduardo Galeano "no hay dos fuegos iguales". Y yo agrego que tampoco hay dos lecturas iguales. Teniendo en cuenta está metáfora del fuego, cuando me enfrento a lectores (alumnos desconfiados cuando les digo que van a leer el mejor libro de sus vidas) y les pido que sean lectores y lectoras libres, en realidad les estoy suplicando que no repitan lo que yo tengo para decir sobre un libro.
Los años de docencia me demostraron que sus lecturas sobre alguna novela que hemos trabajado en clase son mucho más interesantes que las mías. Por eso, cuando eso sucede, siento una extraña satisfacción que no se relaciona con la figura del alumno que supera a su maestro, sino con el profesor que aprende de sus alumnos.
No es mi intención que este breve texto se convierta en un ensayo sobre las nuevas tecnologías en la lectura. Básicamente porque la excusa de la batería sin cargar del libro que descansaba en la mesita de luz me sirve para plantear lo que considero fundamental: ¿Qué hacemos con esto que leemos? Esta es la pregunta que más me interesa y mi respuesta es simple: ¡Hagamos algo! Después cada lector elige qué camino tomar a partir de las pistas que el texto le brindó y seguramente no habrá dos caminos (dos fuegos) iguales.
La importancia de hacer algo con eso que leímos supera cualquier polémica entre lectores de biblioteca y lectores cibernéticos.
Vuelvo a pensar en ese momento en que sospeché que mi libro se estaba quedando sin batería. Era muy de noche y evidentemente el que se estaba quedando sin batería era yo.
PD: Este texto lo escribí en las notas del teléfono.
* Raúl Rodríguez es profesor del Taller de lectura, escritura y oralidad en el profesorado de Educación Física. También tiene a su cargo Prácticas del lenguaje y Literatura en el Nivel Secundario.