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El efecto halo y un error común al corregir trabajos

Las primeras impresiones moldean nuestra forma de interpretar la información y el contexto que nos rodea, al punto que empuja a un o una docente a puntuar de manera injusta un tp o un examen.

13 / 10 / 2020

El efecto halo es un sesgo cognitivo. Es decir, un atajo mental que conduce a errores, distorsiones, juicios inexactos e interpretaciones ilógicas. Este sesgo en particular se detiene en el impacto de las primeras impresiones. Lo interesante es que esa primera calificación se realiza sin tener un solo dato sobre la persona calificada. Por ejemplo, las personas tienden a hablar bien del rendimiento laboral o la capacidad de socializarse de alguien sólo porque les gustó cómo está vestido.

El psicólogo Edward Thorndike –especialista en psicología escolar– acuñó el término Efecto halo y fue el primero en demostrarlo empíricamente. Años después, el psicólogo Daniel Kahneman, en su libro Pensar rápido, pensar despacio, reflexionó sobre este sesgo y su influencia en distintos campos, entre ellos el educativo.

Una experiencia

Como parte de un extenso trabajo de investigación, el psicólogo Solomon Asch le pidió a distintos grupos comentarios sobre dos personas: Alan y Ben. A cada una le asignó una lista de adjetivos calificativos.

Alan: inteligente, diligente, impulsivo, crítico, testarudo, envidioso.

Ben: envidioso, testarudo, crítico, impulsivo, diligente, inteligente.

Los adjetivos son los mismos en los dos casos. La diferencia es el orden. Los comentarios, en consecuencia, fueron muy positivos para Alan y negativos para Ben. Kahneman toma esta experiencia para señalar que la secuencia es determinante, porque el efecto halo aumenta la significación de las primeras impresiones, a veces hasta el punto de que la información siguiente es despreciada en su mayor parte.

El efecto halo en el aula

Kahneman explica que en los comienzos de su carrera de profesor puntuaba trabajos de examen de los alumnos de manera convencional. Corregía de una vez la prueba escrita en un cuaderno y leía todas las respuestas del alumno una tras otra al tiempo que las puntuaba. Luego obtenía el total y continuaba con el siguiente alumno.

Comenzó a desconfiar porque sus evaluaciones eran sorprendentemente homogéneas. Empezó a sospechar que sus puntuaciones manifestaban un efecto halo y que la primera pregunta que puntuaba tenía un efecto desproporcionado en la calificación total.


El mecanismo era simple: si había dado una puntuación alta a la primera respuesta, concedía al alumno el beneficio de la duda si después encontraba una frase vaga o ambigua. Esto le parecía razonable. Seguramente un alumno que había respondido muy bien la primera pregunta no cometería un error estúpido en la segunda. Había un problema serio con su manera de proceder: si un alumno había desarrollado respuestas buenas y otras flojas, terminaría con diferentes calificaciones finales dependiendo de cuál leyera primero.

Por supuesto que todas las respuestas eran iguales de importantes, pero la verdad es que la primera tenía mucha mayor repercusión en la puntuación final que la segunda, lo cual era inaceptable.

La situación lo llevó a adoptar otro procedimiento. En vez de leer una tras otra, leyó y puntuó las respuestas de todos los alumnos a la primera pregunta para después ir a la pregunta siguiente. Se aseguró de anotar todas las puntuaciones al dorso de la página de un cuaderno con el fin de que no estuvieran (inconscientemente) sesgadas cuando leyera la segunda.

Poco después de emplear el nuevo método, observó algo desconcertante: la confianza en sus calificaciones era mucho menor que antes.

Cuando estaba decepcionado con la segunda respuesta de un alumno e iba al dorso de la página del cuaderno a poner una puntuación baja, ocasionalmente descubría que había puesto una puntuación alta la primera respuesta del alumno. Advirtió entonces una tentación a reducir la discrepancia cambiando la calificación que todavía no había escrito. Encontró difícil seguir la simple regla de no ceder a esa tentación. Sus notas de los trabajos de un único alumno empezaron a variar dentro de un rango considerable.

La falta de coherencia hizo que se sintiera inseguro y frustrado. Estaba menos satisfecho y con menos confianza en sus notas de lo que lo estaba antes, pero reconoció que eso era una buena señal, una señal de que el nuevo procedimiento era superior.

Dejarse llevar por la calidad de la primera respuesta le creaba una sensación de facilidad cognitiva. Se ahorraba la disonancia de encontrar al mismo alumno respondiendo muy bien unas preguntas y mal otras. Esta incongruencia, incómoda, quedó evidenciada cuando pasó al nuevo procedimiento, más real, porque le mostraba lo inadecuado de utilizar una sola pregunta como medida de lo que el estudiante sabía y la escasa fiabilidad de su puntuación bajo el efecto halo.






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