El 20 de marzo de este año comenzaba la primera etapa del aislamiento social, preventivo y obligatorio. La población debió quedarse en sus casas con la intención de prevenir el contagio de COVID-19. Frente a este panorama, el sistema educativo argentino debió reinventarse. Y en este contexto, la educación física marplatense mostró los síntomas más saludables de los últimos años.
A tan solo un click de distancia se puede acceder de forma virtual a charlas en vivo, capacitaciones, seminarios, congresos, conferencias, muchas de ellas de producción local y con referentes locales. Esta situación contribuyó notablemente a que los profesores de educación física de la ciudad podamos pensar nuestras prácticas, pero también evidenció una dualidad que en nuestro ámbito cotidiano normalmente permanece en las sombras, y como en un combate de religiones, una vez más, parecen posicionarse en veredas opuestas “teóricos” por un lado, y “prácticos” por el otro.
En el ámbito académico suele decirse que uno investiga y escribe de aquello que lo apasiona, interpela o tensiona. Varias situaciones vividas durante esta pandemia me han llevado a reflexionar sobre cómo concebimos, en nuestro campo, la relación teoría-práctica y los efectos de verdad, que pensar de esa forma produce.
En el último tiempo, y en diversas situaciones, se me ha categorizado de “teórico”, algo que a simple vista y desde el sentido común podría verse como un halago.
Pero realmente, desde la experiencia cotidiana en nuestro campo (aunque sea irónico y hasta incoherente que recurra a la experiencia para comenzar) esta categorización que se me ha asignado esconde otras intenciones, más vinculadas con un intento de desacreditación y desprestigio. Es que justamente la experiencia en el campo de la educación física es la que nos muestra a las claras que tildar a alguien de teórico es un intento de anular lo que propone desde su discurso.
Quizás en un mismo nivel de intenciones no amistosas, el “teórico” podría responderle con total razón al “práctico”: “qué poco entendés de la práctica”.
Pero una respuesta de ese tipo solo empantanaría un poco más el debate que necesariamente debemos dar.
La deserción deportiva a temprana edad, la poca aprehensión al juego en la vida adolescente o adulta, la vinculación de la gimnasia solamente a fines utilitarios, el sedentarismo y el rechazo al movimiento son algunos de los indicios que nos deberían llevar a pensar que en la agenda del “debe” la educación física tiene más de un debate al cual asistir.
Probablemente la revolución epistemológica que nuestra disciplina necesita pueda comenzar a partir de entender que una teoría no es algo que deba fundamentar una práctica. Y una práctica no es algo que deba inspirar una teoría.
Siguiendo a Chalmers, ya a principios de siglo los inductivistas sostenían que la ciencia era especial porque se derivaba de los hechos. En este sentido la ciencia ha de basarse en lo que podemos ver, oír y tocar y no en opiniones personales.
Esta visión común de la ciencia consideraba que los hechos eran “dados” a observadores cuidadosos y desprejuiciados, y que eran anteriores a la teoría e independientes de ella. La acumulación de hechos confirmadores era un fundamento firme y confiable para el conocimiento científico.
El positivismo es una de las escuelas que ha formalizado esta visión, y es dentro de esta corriente positivista que la educación física se constituye como disciplina aplicativa en Europa. Es por esto que históricamente se ha concebido la teoría y la práctica como cosas distintas, por ende es lógico que los profesores vivamos la relación de dicha manera y nuestro campo este íntimamente vinculado con los “saber – hacer” producto de ser pensados bajo la epistemología de otras ciencias.
Lo cierto es que la relación teoría práctica no es tan simple ni sencilla.
Dice Crisorio: “…sistemas de acción en la medida en que están habitados por el pensamiento…”, donde se puede ver cómo en una práctica, el pensamiento y acción se requieren pero no se confunden ni se funden.
Pero ¿qué es un pensamiento?, ¿a qué se refiere cuando establece que el pensamiento habita nuestras prácticas?
Lo sepamos o no, lo entendamos o no, llevamos en nuestras prácticas una intencionalidad, una teoría, una sistematicidad, un método y una forma de ser y por ende de hacer. “Sin estas características estaríamos simplemente haciendo, en lugar de practicar”.
Entiendo que ejemplificar estar relación contribuirá a ser más claro en lo que propongo.
Si consideramos al juego, tal y como propone Huizinga, algo ontológico y por ende propio del ser, y en base a esto conceptualizamos al juego como una “herramienta” a ser desarrollada en beneficio de un bien mayor –como puede ser el aprendizaje de una técnica o desarrollo de una habilidad– con toda seguridad hallaremos en nuestras prácticas de juego alguna especie de gimnasia de carácter lúdico pero nada de juego.
Pensar (teóricamente) al juego como un saber de la cultura, y que por ende debe ser enseñado, implica establecer una situación de enseñanza desde su lógica constitutiva como saber. Esta práctica deberá incluir un acuerdo de reglas entre quienes participan del juego, un mundo simbólico al cual adherir y por sobre todas las cosas ningún fin material o intelectual. Si hay algo que caracteriza al juego cultural es el hecho de ser una actividad autotélica.
Pensar al juego como un saber determina un tipo de práctica en torno al juego, y pensar al juego como una herramienta determina otro tipo de práctica totalmente distinta. Por ende podríamos decir que la relación de teoría y práctica es mucho más dinámica y compleja de cómo la hemos pensado históricamente, y que la realidad no existe antes de ser pensada.
En fin, no hay nada más práctico que una buena teoría.
De un tiempo a esta parte hemos escuchado que el campo de la educación física pretende ponerse los pantalones largos en términos científicos, el problema es que los actores que conformamos el campo seguimos de short y bermudas desconociendo cómo funciona el pensamiento científico.
Edgard Morín dice “siempre que haya un campo u objeto de estudio va a haber al menos dos teorías…” que postulen verdades distintas sobre el mismo objeto.
Ambas teorías determinan un tipo de verdad distinto, la relación de tensión que se establece entre estas dos teorías determina la aparición de una tercera teoría. Este proceso se vuelve a repetir sucesivamente, porque ninguna teoría falsea o invalida a las demás, sino que es el producto de otra forma de pensar.
Es por este motivo que en la epistemología actual se dice que “no hay verdad de la verdad” ya que nunca se va a alcanzar una verdad absoluta, y en este sentido, es que interesa una educación física científica, que parta siempre hacia lo que falta saber. Pero ¿Qué sentido tiene el debate si ambas teorías son igualmente validas?
El debate forma parte de la ciencia, porque la verdad se sostiene en el discurso, seguramente luego de ese intercambio necesario que nos lleve a pensar en la racionalidad de lo que se propone, arrojaremos más luz sobre aquello que debatimos. Entendiendo que aquello que se debate son las ideas y no las personas, que no hay “teóricos” ni “prácticos” y que la verdadera revolución epistemológica comenzará cuando logremos comprenderlo.
por Cristian Gómez
Docente del Profesorado de Educación Física del CADS, Lic. en Educación Física y Mg. en Educación Corporal.