Enseñar y garantizar los conocimientos es el gran objetivo en estos tiempos de pandemia. La tecnología cumple un rol clave y su correcta implementación es un desafío complicado en el terreno de la educación inicial. El 2020 obligó tanto a los niños como a los adultos a que pusieran las competencias y los aprendizajes en juego con el paso a la virtualidad. La idea, subrayan el licenciado Gustavo Beck y su colega Erika Chokler, es reconocerse en la dificultad para ofrecer nuevas experiencias.
Ellos evalúan la práctica de psicomotricidad educativa como un espacio de juego con materiales determinados, donde el niño o la niña desarrolle juegos por propia iniciativa. Lo que hacen con los elementos de juego son situaciones que expresan y viven en su cuerpo.
Los y las docentes están acostumbradas a dar una consigna y que los y las chicas respondan. La experiencia virtual reflejó la ausencia de proyectos propios de los chicos a la hora de crear. A eso, se le agregó cierta incomodidad de las familias que estaban presentes en las clases. Los padres y las madres tienen que “ejercer presión” sobre los chicos para que hagan la actividad. Desde ese problema surgió la pregunta para los chicos: ¿qué quieren hacer ustedes? “Queremos saltar como hacemos con el profe”, fue la respuesta. Hacia ahí se encaminó la actividad.
El salto en profundidad fue el ejercicio psicomotriz que habían adquirido en la presencialidad. A partir del deseo de los chicos y la actitud de cumplirlo por parte del equipo docente, se organizó una ingeniería de comunicación para que profes y maestras de salas les brindaran las herramientas necesarias a las familias para practicar el salto en profundidad en las casas. Los chicos y las chicas completaron la propuesta con sus conocimientos previos. Incluso la mejoraron.
La pedagogía del compromiso. Mientras las familias armaban los escenarios, los chicos y las chicas respondían con métodos de precaución para hacer el lugar seguro. Más colchones para la caída, más espacio para saltar de una mesa o sillón. Los padres y las madres entendieron el rol de acompañantes. Se transformaron en colaboradores. Los chicos llevaron a la práctica sus proyectos y la observación de las familias como seguimiento fue ideal. Se corrieron estructuras y así las familias fueron las acompañantes de los chicos como impulsoras de su propio proyecto.
Las representaciones que se convirtieron en huellas por la emoción del suceso fueron transferencias de la sala a la casa. La enseñanza mantuvo su esencia. Y la inventiva fue garantizada por el acompañamiento adulto. Esa libertad garantizada es la búsqueda docente en la sala. Es lo que requieren los y las alumnas. La compañía familiar se transformó finalmente en el complemento necesario.