En la escuela, hasta hace tres décadas, las lecciones exigían memorizar datos. Por ejemplo fechas, nombres de ciudades, de personajes históricos, de ríos y mares. La irrupción de internet hizo que la información disponible se multiplique casi hasta el infinito y el enciclopedismo fue perdiendo terreno dentro de las aulas. Con buen criterio, el cambio fue generando contenidos para aprender a razonar e interpretar más que para memorizar.
A esa información memorizada se la llama conocimiento inerte. Un dato que se almacena en nuestro cerebro desvinculado de su contexto y de su utilidad. ¿Qué día nació el General José de San Martín? El 25 de febrero de 1778. Esa respuesta, dura y directa, es apenas un conocimiento inerte. Situada en su contexto histórico, cambia completamente su función. Pero – y acá aparece lo más importante– para poder situarla en su contexto histórico es necesario memorizarla.
Según explica el Lic. Mariano Sigman en su libro El poder de las palabras, memorizar es parte del proceso del pensamiento. Recuperar un dato a voluntad y sin esfuerzo es necesario para aprender a pensar. Organizar el conocimiento implica conectar puntos. Para lograr esa conexión, que está muy cerca de la reflexión y del valor agregado, es necesario activar la memoria. “El buen estudio de los ríos, de la tabla periódica […] o de la estructura de los gobiernos parlamentarios debería servir para ejercitar la lógica de la memoria. […] No es la memoria lo que está en crisis, sino la forma particular en que suele enseñarse”, sostiene Sigman.
Negar la importancia de la memoria es una confusión, una señal de pereza intelectual para abandonar el pensamiento. Las estaciones de regreso que ofrecen la memoria –señala Sigman– permiten “evocar e hilvanar” el conocimiento.
Hay más. Construir la memoria es un ejercicio creativo. O lo que muy parecido: la creatividad requiere de la memoria. Las personas con buena memoria son personas que encuentran maneras ingeniosas y creativas de almacenar sus recuerdos y señalar los caminos para llegar a ellos. La imaginación permite asociar y armar puentes entre datos, lo cual construye una memoria más efectiva.
La clave está en ese verbo: asociar. Conectar en una historia coherente el conocimiento nuevo con nuestro conocimiento previo nos abre la posibilidad de alcanzar el aprendizaje profundo y alimentar nuestra memoria tanto en clave artística –por los recursos creativos que se activan– como en clave educativa.
Por eso, la tan escuchada sentencia “hoy ya no hace falta memorizar nada porque está todo en internet” es un error. Memorizar de forma aislada, también. Incorporar conocimientos requiere tiempo, tiene que ser un proceso donde intervienen distintos elementos. En ese proceso, lento, razonado y creativo, se forja el saber.